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LA CIUDAD DEL SOL
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LA CIUDAD DEL SOL
La Ciudad Del Sol
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El silencio volvió a invadir la soledad de Gizhá (Bajo Egipto), mientras el joven príncipe Tuthmosis (quien descansando a los pies del Esfinge oyó su Voz eligiéndolo como futuro Faraón) ...y extasiado... fue tomando de a poco conciencia de la maravilla que le acontecía. Despacio y con mucho esfuerzo, dirigióse hacia sus acompañantes que habían salido con él en un paseo con numerosos carruajes. El no se había preparado nunca para tanta responsabilidad, ni superaba aún el asombro de los sucesos. Pero iba a cumplir a partir de allí con empeño y entusiasmo, los deseos de su padre, el Dios Solar, representado por el esfinge egipcia. Corría el siglo XV a.C.
El príncipe Tuthmosis era un joven totalmente discrepante en estructura personal, con su padre (Amenofis II). No tuvo aquella familia de nobles de la XVIII dinastía en todo su conflictuoso devenir, ningún otro miembro tan exquisitamente dulce y afable. La historia iba a ponerlo en la cabecera de un largo movimiento —como personaje iniciador de una aventura sociopolítica, a la vez triunfante y trágica— que habría de culminar algún día en la notable revolución de Amarna, dirigida por su nieto Akhenatón.
El era sin embargo una personalidad completamente ajena a los desencuentros domésticos y políticos de aquel escenario conflictuado, en medio del cual tocóle nacer. Y habíase mantenido al margen de todos ellos, hasta el día de aquella “promenade” en Gizhá. Hasta ese momento clave, cuando sus preceptores heliopolitanos (siempre precavidos) decidieron sacarlo a la luz, como una carta oculta bajo de la manga.
Para tomar una medida semejante, para jugarse el todo por el todo, para no aceptar más concesiones... los heliopolitanos tuvieron que haber pasado por una tragedia incontenible. Podemos medir la situación dolorosa y la angustia sufriente, vivida por Heliópolis a lo largo de este período. El estado de represión reinante durante los tiempos de Tuthmosis III (abuelo de Tuthmosis) y las epopeyas sangrientas, crueles e histriónicas de Amenofis II que colmaron su paciencia. Y esto se palpa a través de la actitud definitiva, del corte violento, llevado a cabo por aquellos serenos monjes de Heliópolis (Ciudad del Sol). Tradicionalmente diplomáticos y austeros, estos dirigentes no pudieron resistir más el abatimiento absoluto en el cual habíanse derrumbado. La clave de su grito desesperado estuvo asentado en los cincuenta y seis años de reinado del dios Montu (Marte egipcio) y sus gestas épicas, que habían convertido a la nación del Nilo en una maquinaria de guerra.
Heliópolis calló mansamente —con la fatalista aceptación del Destino que es común a los orientales— cuando Tuthmosis III tomó las riendas del gobierno egipcio, barriendo hasta los cimientos el escenario pacifista y cultural que la gente de Heliópolis creó, durante el apogeo de la faraona Hatshepsut y su amante Senmut. Toleró sin una queja la larga lucha fraticida. Vio llegar a sus antiguos aliados de Medio Oriente como prisioneros, esclavos o rehenes. Contempló la devastación de palacios y templos, la usurpación de estatuas, la aniquilación de las “fuerzas de paz”, que desfilaban armadas de ramos de flores.
Los heliopolitanos eran sencillos hasta lo pueril, por momentos hay una extrema ingenuidad en la forma que daban a sus planteos, en un tiempo casi bárbaro. O mas vale, rodeados de bárbaros. Pues estaban cercados por salvajes indoarios, semejantes a los bárbaros que invadieron Roma : Hititas, Mitanios, Casitas, Hurritas. Al contrario de lo que dijo el pensador “no eran bárbaros los hombres, sino los tiempos”, aquí a la inversa, los hombres eran bárbaros y el “tiempo” heliopolitano, era supercivilizado. Ellos eran pausados y sabían esperar. Sin embargo ante los atropellos histriónicos de Amenofis II (cómicos de comentar pero crueles de soportar) cuya personalidad podría decirse, sumaba una especie de Calígula con Cómodo, los heliopolitanos a pesar de su filosofía paciente... perdieron la paciencia.
Tuthmosis III había sido un soldado. Dio en todo momento muestra de ello, y logró prestigiar a Tebas (la capital sur) con su cuerpo militar, ofreciendo a la historia hechos de estrategia militar brillante y genial. Sus arengas y tácticas son las primeras registradas por documentos. Pero su hijo Amenofis II tomó la vida con sarcasmo y por momentos hasta con comicidad, creando un gran teatro de la guerra en sí misma. En donde el militarismo de su padre tenía, por cierto, ya muy poco valor. Tampoco lo era el “Faraonato” como institución en sí misma, pues él, Amenofis II, presentabábase ante sus súbditos a un nivel unipersonal. Protagonizanba hazañas individuales (degollando prisioneros, ganando carreras de remo y tiro al blanco con arco, mezclándose con los atletas), con el sólo fin de que lo admirasen. A su favor diremos, que fue democrático, haciéndose ver como un hombre más, como un egipcio igual a todos, y sin duda tuvo un amplio núcleo de amigos propios.
Tal como también sucedió con Nerón (fue la clase dirigente quien decidió eliminarlo para salvar a Roma, pues la multiud lo aclamaba) Amenofis II fue sin duda popular.en sus ansias por descollar. Su biografía llega a ser hasta ingeniosa, pero no por ello menos cruel. Gustaba ser el propio verdugo de los condenados. El primer atleta, el primer arquero, el primer remero. Pero desprestigió a Tebas con su sarcasmos y le hizo perder a esa austera ciudad sus adherentes (su fama, notoriedad y respeto bien asentados por su padre Tuthmosis III) por lo cual finalmente le quitó todo apoyo. Las naciones de su tiempo con su esfera de acción, sufrieron a su paso por dentro y por fuera, en todo el ámbito propio tanto como en el imperial.
Y Heliópolis conmoviéndose de improviso (a pesar de su pasividad interna) transformóse en un estallido … que fue :
¡La Voz del Esfinge!
Una situación insostenible convenció a los mesurados monjes de On (nombre egipcio de Heliópolis) para dar el gran salto que los convertiría —con el devenir del tiempo— en los directores absolutos del Egipto. Ellos muy poco escribieron sobre su complejo pensamiento. Existen teorías que sostienen, de que parte del mensaje cristiano tuvo su origen allí. La aldea de Matarieh mencionada en los Evangelios —donde refúgianse José, María y Jesús al huir de Judea— es precisamente el nombre que lleva Heliópolis en la época romana.
Podemos decir que el pensamiento heliopolitano apenas asoma en forma sintética por las inscripciones. Tampoco dejaron ninguna queja escrita de todas las represiones sufridas contra ellos. Nunca tomaron venganzas violentas como lo hizo Tebas, ni borraron de las “listas reales” a los faraones opuestos a su sistema, como hicieron en cambio los tebanos (tacharon los nombres de los reyes contrarios en los monumentos, raspándolos).
Fueron medidos, discretos, diplomáticos y supieron callar más de una humillación. Pero en cambio actuaron. Con pases magistrales cubrieron los caminos hasta lograr su objetivo. Sin crímenes ni ejércitos. Sin lapidaciones, ni destrucción de monumentos. Sin violencia... Ellos digitaron la política del Nilo hasta cambiar toda su historia. Eran hombres esencialmente culturales. Cuando uno se adentra en la personalidad de ellos (en la medida que los análisis nos permiten indagarlos) comprendemos se notable humanismo ampliamente manifiesto. Eran destacables frente a los hombres de su tiempo, y quizás, en una amplia proporción, también del nuestro. Los monjes de Heliópolis eran intelectuales, no personajes románticos. Poseían una naturaleza templada por la fuerza mental. Traían un mensaje y deseaban concretarlo, llevarlo adelante.
Sobre la ribera izquierda del Nilo levantábase su monasterio, representando el nervio más antiguo de esta tierra egipcia, entroncando su origen en el predinástico. El pabellón heliopolitano flameaba ya antes de Menes, el fundador del Egipto dinástico. Era On por tanto anterior a los Faraones, asumiendo su papel de mentora espiritual y dirigente política del norte, del Delta, del Bajo Egipto, de las pirámides, del Esfinge y vivía hasta el momento marcado por la “Voz”, en un letargo silencioso y aguardante. Con pasiva filosofía exquisitamente oriental (dentro de la cual hallábase sumida después del revés político y las trágicas derrotas que le proporcionaran los ejércitos de Tuthmosis III) Heliópolis esperaba hallar el momento propicio para lanzarse al mundo, transmutando toda la historia viva con un programa internacional.
Tenía Heliópolis una ciudad gemela en el sur de este país doble, llamada On del Sur, tal como era la nación misma : Bajo Egipto (norte) y Alto Egipto (sur). On del Sur tendrá muchísima importancia en el futuro, en tiempos de Akhenatón.
Nos enfrentamos con el silencio, con el ocultismo heliopolitano, con el hermetismo. Pero la iconografía y los murales, tanto como los papiros, muestran el pensamiento heliopolitano. Es un modo existencial expuesto con claridad, que busca el placer de vivir. Las teorías griegas mal interpretadas por Occidente de hedonismo y epicureismo, llegadas a Grecia desde Asia Menor, tienen su origen allí. La iconografía lo manifiesta. Sea el verter cerveza en una copa, sea el desarrollo de fiestas públicas, sea el incremento del decoro y hasta del lujo, sea el desfile de soldados con ramos de flores, la pomposidad o la naturalidad..Con Heliópolis todas las posibilidades expresivas y vivenciales quedan manifiestas. Es una búsqueda de la existencia. Un derecho a la vida plena. Una estética … Tal su búsqueda.
Como también se agrega en este nuevo Egipto que llega con la Voz del Esfinge que habla al príncipe Tuthmosis (quien no era hasta allí el heredero oficial) un nuevo proyecto : el mejoramiento de las condiciones vitales de las clases más necesitadas, la disminución de la esclavitud, la admisión de la individualidad de los artistas, la buena convivencia con los pueblos vecinos. Esta fue su lucha y su esfuerzo continuo, con triunfos de sus premisas y también derrotas.
Como si a través de los milenios en este país que duró tres milenios, se hubiese tratado de una sola persona, el esquema que une como columna vertebral a todos los príncipes heliopolitanos (apasionados adeptos de On) y que está en el substrato del conjunto de ellos, es este concepto de vida que nunca varió. Como una ley única e inmutable. Sólida.
Lograrlo fue el propósito revolucionario que conmovería a la nación del Nilo de manera definitiva, hasta el final de la dinastía XVIII... detrás de la Voz del Esfinge. Desde el mismo día siguiente y a partir de allí, los monjes heliopolitanos junto a políticos y reyes, habrían de exponer a la vista de todos sus contemporáneos, en una eclosión brillante, su juego de cartas completo. Tenían al hombre, lo habían educado, se llamaría Tuthmosis IV y era su discípulo, su brazo ejecutor. De ahora en adelante no harán más concesiones y el hecho de resucitar del pasado y del olvido a su antiguo Dios Sol (haciendo a un costado sin titubeos al sureño Amón y su clero guerrero) es una confirmación definitiva de su acceso al poder de la mano de este joven faraón de 17 años y casi imberbe aún... Tuthmosis IV. Un poder de estado diagramado por On …
O sea absolutamente pacifista.
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Alejandra Correas Vázquez
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El silencio volvió a invadir la soledad de Gizhá (Bajo Egipto), mientras el joven príncipe Tuthmosis (quien descansando a los pies del Esfinge oyó su Voz eligiéndolo como futuro Faraón) ...y extasiado... fue tomando de a poco conciencia de la maravilla que le acontecía. Despacio y con mucho esfuerzo, dirigióse hacia sus acompañantes que habían salido con él en un paseo con numerosos carruajes. El no se había preparado nunca para tanta responsabilidad, ni superaba aún el asombro de los sucesos. Pero iba a cumplir a partir de allí con empeño y entusiasmo, los deseos de su padre, el Dios Solar, representado por el esfinge egipcia. Corría el siglo XV a.C.
El príncipe Tuthmosis era un joven totalmente discrepante en estructura personal, con su padre (Amenofis II). No tuvo aquella familia de nobles de la XVIII dinastía en todo su conflictuoso devenir, ningún otro miembro tan exquisitamente dulce y afable. La historia iba a ponerlo en la cabecera de un largo movimiento —como personaje iniciador de una aventura sociopolítica, a la vez triunfante y trágica— que habría de culminar algún día en la notable revolución de Amarna, dirigida por su nieto Akhenatón.
El era sin embargo una personalidad completamente ajena a los desencuentros domésticos y políticos de aquel escenario conflictuado, en medio del cual tocóle nacer. Y habíase mantenido al margen de todos ellos, hasta el día de aquella “promenade” en Gizhá. Hasta ese momento clave, cuando sus preceptores heliopolitanos (siempre precavidos) decidieron sacarlo a la luz, como una carta oculta bajo de la manga.
Para tomar una medida semejante, para jugarse el todo por el todo, para no aceptar más concesiones... los heliopolitanos tuvieron que haber pasado por una tragedia incontenible. Podemos medir la situación dolorosa y la angustia sufriente, vivida por Heliópolis a lo largo de este período. El estado de represión reinante durante los tiempos de Tuthmosis III (abuelo de Tuthmosis) y las epopeyas sangrientas, crueles e histriónicas de Amenofis II que colmaron su paciencia. Y esto se palpa a través de la actitud definitiva, del corte violento, llevado a cabo por aquellos serenos monjes de Heliópolis (Ciudad del Sol). Tradicionalmente diplomáticos y austeros, estos dirigentes no pudieron resistir más el abatimiento absoluto en el cual habíanse derrumbado. La clave de su grito desesperado estuvo asentado en los cincuenta y seis años de reinado del dios Montu (Marte egipcio) y sus gestas épicas, que habían convertido a la nación del Nilo en una maquinaria de guerra.
Heliópolis calló mansamente —con la fatalista aceptación del Destino que es común a los orientales— cuando Tuthmosis III tomó las riendas del gobierno egipcio, barriendo hasta los cimientos el escenario pacifista y cultural que la gente de Heliópolis creó, durante el apogeo de la faraona Hatshepsut y su amante Senmut. Toleró sin una queja la larga lucha fraticida. Vio llegar a sus antiguos aliados de Medio Oriente como prisioneros, esclavos o rehenes. Contempló la devastación de palacios y templos, la usurpación de estatuas, la aniquilación de las “fuerzas de paz”, que desfilaban armadas de ramos de flores.
Los heliopolitanos eran sencillos hasta lo pueril, por momentos hay una extrema ingenuidad en la forma que daban a sus planteos, en un tiempo casi bárbaro. O mas vale, rodeados de bárbaros. Pues estaban cercados por salvajes indoarios, semejantes a los bárbaros que invadieron Roma : Hititas, Mitanios, Casitas, Hurritas. Al contrario de lo que dijo el pensador “no eran bárbaros los hombres, sino los tiempos”, aquí a la inversa, los hombres eran bárbaros y el “tiempo” heliopolitano, era supercivilizado. Ellos eran pausados y sabían esperar. Sin embargo ante los atropellos histriónicos de Amenofis II (cómicos de comentar pero crueles de soportar) cuya personalidad podría decirse, sumaba una especie de Calígula con Cómodo, los heliopolitanos a pesar de su filosofía paciente... perdieron la paciencia.
Tuthmosis III había sido un soldado. Dio en todo momento muestra de ello, y logró prestigiar a Tebas (la capital sur) con su cuerpo militar, ofreciendo a la historia hechos de estrategia militar brillante y genial. Sus arengas y tácticas son las primeras registradas por documentos. Pero su hijo Amenofis II tomó la vida con sarcasmo y por momentos hasta con comicidad, creando un gran teatro de la guerra en sí misma. En donde el militarismo de su padre tenía, por cierto, ya muy poco valor. Tampoco lo era el “Faraonato” como institución en sí misma, pues él, Amenofis II, presentabábase ante sus súbditos a un nivel unipersonal. Protagonizanba hazañas individuales (degollando prisioneros, ganando carreras de remo y tiro al blanco con arco, mezclándose con los atletas), con el sólo fin de que lo admirasen. A su favor diremos, que fue democrático, haciéndose ver como un hombre más, como un egipcio igual a todos, y sin duda tuvo un amplio núcleo de amigos propios.
Tal como también sucedió con Nerón (fue la clase dirigente quien decidió eliminarlo para salvar a Roma, pues la multiud lo aclamaba) Amenofis II fue sin duda popular.en sus ansias por descollar. Su biografía llega a ser hasta ingeniosa, pero no por ello menos cruel. Gustaba ser el propio verdugo de los condenados. El primer atleta, el primer arquero, el primer remero. Pero desprestigió a Tebas con su sarcasmos y le hizo perder a esa austera ciudad sus adherentes (su fama, notoriedad y respeto bien asentados por su padre Tuthmosis III) por lo cual finalmente le quitó todo apoyo. Las naciones de su tiempo con su esfera de acción, sufrieron a su paso por dentro y por fuera, en todo el ámbito propio tanto como en el imperial.
Y Heliópolis conmoviéndose de improviso (a pesar de su pasividad interna) transformóse en un estallido … que fue :
¡La Voz del Esfinge!
Una situación insostenible convenció a los mesurados monjes de On (nombre egipcio de Heliópolis) para dar el gran salto que los convertiría —con el devenir del tiempo— en los directores absolutos del Egipto. Ellos muy poco escribieron sobre su complejo pensamiento. Existen teorías que sostienen, de que parte del mensaje cristiano tuvo su origen allí. La aldea de Matarieh mencionada en los Evangelios —donde refúgianse José, María y Jesús al huir de Judea— es precisamente el nombre que lleva Heliópolis en la época romana.
Podemos decir que el pensamiento heliopolitano apenas asoma en forma sintética por las inscripciones. Tampoco dejaron ninguna queja escrita de todas las represiones sufridas contra ellos. Nunca tomaron venganzas violentas como lo hizo Tebas, ni borraron de las “listas reales” a los faraones opuestos a su sistema, como hicieron en cambio los tebanos (tacharon los nombres de los reyes contrarios en los monumentos, raspándolos).
Fueron medidos, discretos, diplomáticos y supieron callar más de una humillación. Pero en cambio actuaron. Con pases magistrales cubrieron los caminos hasta lograr su objetivo. Sin crímenes ni ejércitos. Sin lapidaciones, ni destrucción de monumentos. Sin violencia... Ellos digitaron la política del Nilo hasta cambiar toda su historia. Eran hombres esencialmente culturales. Cuando uno se adentra en la personalidad de ellos (en la medida que los análisis nos permiten indagarlos) comprendemos se notable humanismo ampliamente manifiesto. Eran destacables frente a los hombres de su tiempo, y quizás, en una amplia proporción, también del nuestro. Los monjes de Heliópolis eran intelectuales, no personajes románticos. Poseían una naturaleza templada por la fuerza mental. Traían un mensaje y deseaban concretarlo, llevarlo adelante.
Sobre la ribera izquierda del Nilo levantábase su monasterio, representando el nervio más antiguo de esta tierra egipcia, entroncando su origen en el predinástico. El pabellón heliopolitano flameaba ya antes de Menes, el fundador del Egipto dinástico. Era On por tanto anterior a los Faraones, asumiendo su papel de mentora espiritual y dirigente política del norte, del Delta, del Bajo Egipto, de las pirámides, del Esfinge y vivía hasta el momento marcado por la “Voz”, en un letargo silencioso y aguardante. Con pasiva filosofía exquisitamente oriental (dentro de la cual hallábase sumida después del revés político y las trágicas derrotas que le proporcionaran los ejércitos de Tuthmosis III) Heliópolis esperaba hallar el momento propicio para lanzarse al mundo, transmutando toda la historia viva con un programa internacional.
Tenía Heliópolis una ciudad gemela en el sur de este país doble, llamada On del Sur, tal como era la nación misma : Bajo Egipto (norte) y Alto Egipto (sur). On del Sur tendrá muchísima importancia en el futuro, en tiempos de Akhenatón.
Nos enfrentamos con el silencio, con el ocultismo heliopolitano, con el hermetismo. Pero la iconografía y los murales, tanto como los papiros, muestran el pensamiento heliopolitano. Es un modo existencial expuesto con claridad, que busca el placer de vivir. Las teorías griegas mal interpretadas por Occidente de hedonismo y epicureismo, llegadas a Grecia desde Asia Menor, tienen su origen allí. La iconografía lo manifiesta. Sea el verter cerveza en una copa, sea el desarrollo de fiestas públicas, sea el incremento del decoro y hasta del lujo, sea el desfile de soldados con ramos de flores, la pomposidad o la naturalidad..Con Heliópolis todas las posibilidades expresivas y vivenciales quedan manifiestas. Es una búsqueda de la existencia. Un derecho a la vida plena. Una estética … Tal su búsqueda.
Como también se agrega en este nuevo Egipto que llega con la Voz del Esfinge que habla al príncipe Tuthmosis (quien no era hasta allí el heredero oficial) un nuevo proyecto : el mejoramiento de las condiciones vitales de las clases más necesitadas, la disminución de la esclavitud, la admisión de la individualidad de los artistas, la buena convivencia con los pueblos vecinos. Esta fue su lucha y su esfuerzo continuo, con triunfos de sus premisas y también derrotas.
Como si a través de los milenios en este país que duró tres milenios, se hubiese tratado de una sola persona, el esquema que une como columna vertebral a todos los príncipes heliopolitanos (apasionados adeptos de On) y que está en el substrato del conjunto de ellos, es este concepto de vida que nunca varió. Como una ley única e inmutable. Sólida.
Lograrlo fue el propósito revolucionario que conmovería a la nación del Nilo de manera definitiva, hasta el final de la dinastía XVIII... detrás de la Voz del Esfinge. Desde el mismo día siguiente y a partir de allí, los monjes heliopolitanos junto a políticos y reyes, habrían de exponer a la vista de todos sus contemporáneos, en una eclosión brillante, su juego de cartas completo. Tenían al hombre, lo habían educado, se llamaría Tuthmosis IV y era su discípulo, su brazo ejecutor. De ahora en adelante no harán más concesiones y el hecho de resucitar del pasado y del olvido a su antiguo Dios Sol (haciendo a un costado sin titubeos al sureño Amón y su clero guerrero) es una confirmación definitiva de su acceso al poder de la mano de este joven faraón de 17 años y casi imberbe aún... Tuthmosis IV. Un poder de estado diagramado por On …
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Alejandra Correas Vázquez
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