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Algo de Literatura
3 participantes
Página 1 de 1.
Algo de Literatura
Ayer leí esto en el diario el pais:
Es un escrito de Rosa Montero (que no es cualquiera, ojo)
Me ha gustado y aquí os lo dejo:
Espero que os haya gustado tanto como a mi.
Es un escrito de Rosa Montero (que no es cualquiera, ojo)
Me ha gustado y aquí os lo dejo:
Fantasías de una cromañona
Los humanos nos parecemos a los niños del ‘Homo antecessor’ de hace 800.000 años
El pasado mes de julio visité por segunda vez el yacimiento de Atapuerca y tuve la gran suerte de que el paleontólogo José Miguel Carretero, tan buen científico como formidable comunicador, volviera a explicarnos el lugar. Y entre las muchas cosas fascinantes que contó, dijo una que se me quedó grabada: el Homo sapiens, los humanos de hoy, nos parecemos físicamente a los niños del Homo antecessor, nuestro antepasado de hace 800.000 años. Luego, al hacerse adultas, aquellas criaturas se convertían en seres muy distintos, con cráneos de huesos masivos, arcos superciliares espesos y un aspecto que, desde nuestra estética de hoy, nos parecería brutal, agresivo y un poco aterrador. Pero los cráneos de sus hijos carecían de ese engrosamiento y eran muy semejantes a los cráneos de los humanos adultos de hoy. Somos, pues, como los niños de nuestros antepasados; y, movida por mi afición a la ciencia ficción, no puedo dejar de preguntarme si nuestros niños de hoy serán el modelo de los humanos venideros, el anticipo de una nueva especie sideral. Es una cuestión curiosa, porque muchas de las representaciones de humanoides futuristas que ha hecho el cine se parecen precisamente a los bebés humanos actuales: seres sin pelo, de ojos grandes, rasgos pequeños y caritas aniñadas y conmovedoras, como, por ejemplo, los extraterrestres de Encuentros en la tercera fase o ET.
Por otro lado, dicen los biólogos que los bebés de todas las especies cultivan ese aspecto indefenso y conmovedor justamente como un recurso de supervivencia, para ablandar a los adultos y evitar ser atacados. ¿Podría deducirse de esto que los humanoides y luego los humanos hemos ido fomentando aquellos rasgos que sirven para evitar la confrontación violenta? ¿Y que son esos rasgos infantilizados los que nos permiten justamente sobrevivir y construir manadas y luego sociedades menos agresivas, menos mortíferas? Y una última reflexión: algunos paleontólogos sostienen que lo único que verdaderamente diferenciaba a los neandertales de los Homo sapiens, esto es, de nosotros, que fuimos quienes perduramos, es que el sapiens conocía y cultivaba el arte, el adorno, la belleza. Ahora bien, yo tengo el convencimiento de que la creatividad y el arte tienen mucho de juego, y de que los artistas son seres de algún modo inmaduros. Vamos, que para poder crear hace falta que todavía tengas algo del niño que has sido. Y ahora déjenme hacer una última suposición arriesgadísima: ese Homo sapiens que se parece a los hijos de nuestros antepasados, ¿no será también por dentro un poco como un niño? ¿Y no será esa inmadurez la que ha posibilitado su imaginación, su arte y su triunfo como especie? Estas locas lucubraciones, ni qué decir tiene, no hay que atribuírselas al pobre y riguroso Carretero. Son todas culpa mía, febriles piruetas mentales propias de una cromañona amante del juego.
ROSA MONTERO
Espero que os haya gustado tanto como a mi.
Re: Algo de Literatura
Excelente, gracias por ponerlo.
jedimalaga- Lord Jedi Miembro del Consejo
- Cantidad de envíos : 1522
Nivel de Aportación : 3792
Fecha de inscripción : 25/12/2008
Edad : 57
Localización : Málaga
Re: Algo de Literatura
NEW YORK (OFICINA Y DENUNCIA)
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Federico García Lorca
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Federico García Lorca
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Fecha de inscripción : 21/05/2010
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